PERSONAJES DE YAUHQUEMEHCAN
Andrés Juárez Peña, de niño campesino a Maestro y líder social
David Chamorro Zarco Cronista Municipal
El Barrio de Atencingo es una comunidad pequeña que pertenece a la localidad de Santa María Atlihuetzian, que desde hace siglos ha tenido una participación histórica muy importante en el devenir de toda la región tlaxcalteca. Sólo en las últimas cuatro décadas, Atencingo ha tenido la oportunidad de pasar de ser esencialmente tierras de labor y caseríos dispersos, para irse convirtiendo en un centro de población cada vez más organizado. Esto se debe esencialmente a su enclave estratégico en el nodo carretero que tiene como punto de intersección la zona a la que se conoce popularmente como «La Y griega», a la ampliación de las carreteras que proceden del área de Tlaxcala y de la zona de Calpulalpan y a la construcción del libramiento hacia la ciudad de Huamantla. El área también reviste trascendencia por ser la sede —o al menos por tenerlo de vecino— del Seminario Mayor de Nuestro Señora de Ocotlán, en donde se forman religiosos, pero también se brinda educación media superior a población escolar abierta; una empresa refresquera de mucha importancia y a últimas fechas porque el Gobierno del Estado está construyendo a medio kilómetro de distancia un edificio que albergará en pocos años a diversas oficinas administrativas, todo ello rematado con la edificación del edificio que albergará en poco tiempo al Tribunal de Justicia Administrativa, dependiente del Poder Judicial de Tlaxcala. Con todo esto, el Barrio de Atencingo ha cambiado su rostro, aunque, como bien se sabe, a mayor concentración de personas, aumentan también los problemas y las necesidades.
La autoridad administrativa local es el Delegado Municipal. Hace pocos años
—desde el último trimestre de 2021 hasta finales de agosto de 2024— la localidad de Atencingo, a través del ejercicio de su derecho al voto, con el uso de boletas y urnas, y con buen nivel de participación, eligió a un vecino muy singular que, a pesar de no ser originario de la zona, ya llevaba más de una década viviendo en la comunidad y siempre se había caracterizado por su trato amistoso y amable, por su alto sentido de la participación ciudadana, y por ser un impulsor de las gestiones y del trabajo comunitario. Él es el Maestro Andrés Juárez Peña que logró, durante su servicio en favor de Atencingo, diversas obras, diferentes gestiones y, por encima de todo, la organización y la participación de sus vecinos, desde los adultos mayores hasta los niños, en diversas actividades de beneficio.
En lo personal, tengo muy presente al Maestro Andrés Juárez Peña como la única autoridad comunitaria que he conocido que se haya preocupado por el fomento del hábito de la lectura entre sus vecinos, logrando formar una pequeña biblioteca que puso a disposición de todos. También lo tengo presente en diversas discusiones al interior del Ayuntamiento, en donde siempre que tomaba la palabra lo hacía para llamar a que los ediles se alejaran del enfrentamiento estéril y procuraran la construcción de acuerdos, pues los problemas existentes en las comunidades se podían contar por decenas o centenas y urgían acciones y trabajo, mucho más allá de la simple y hueca discusión de temas sin relevancia.
Tuve el honor de entrevistar al Maestro Andrés Juárez Peña en el interior de su casa, una vivienda modesta, limpia, muy bien ordenada y en donde se respiraba un clima de tranquilidad y paz familiar. El ejercicio se efectuó el 27 de enero de 2025 en el Barrio de Atencingo. Con mucha amabilidad, el entrevistado respondió el cuestionario, siempre tratando de dar a sus frases un manto de modestia y sencillez.
Andrés Juárez Peña nació lejos de su hogar actual, enclavado en una zona de mucha fertilidad vegetal, en la cercanía de la cuenca del Papaloapan, en un ejido llamado «Rodríguez Tejeda», perteneciente al Municipio de Tierra Blanca, en el Estado de Veracruz, en la parte central de la entidad. En la actualidad, según los datos disponibles del INEGI, el Municipio de Tierra Blanca tiene unos cien mil habitantes, de los que casi la mitad viven en la cabecera municipal, distribuyéndose el resto en diversos centros de población, regularmente de tamaño pequeño y muy pequeño. También llama la atención que se reconozca que la mitad de la población vive en situación de pobreza y de pobreza extrema, al grado de que uno de cada cinco pobladores no cuenta con acceso a la electricidad y el Municipio en general está calificado con un muy alto nivel de rezago social.
El Maestro Andrés nació el 8 de marzo de 1960, por lo que a la fecha tiene 65 años de edad. Sus primeros recuerdos están fijos en una comunidad rural, esencialmente campesina, de gente modesta, dedicada al cuidado de sus tierras, a la siembra y cultivo del maíz, del frijol y de la papaya, además de los animales, primordialmente de ganado vacuno. Como todos los niños de su localidad, Andrés, apenas pudo alcanzar la edad suficiente, se integró a realizar diversas tareas domésticas en su casa y también a efectuar algunas pequeñas labores en el campo y al cuidado de los animales. Tiene presente que por los terrenos de su ejido natal sólo pasaba una vía carretera que venía desde la Ciudad de Córdoba y del propio puerto de Veracruz y se dirigía a la región de la cuenca del Papaloapan.
Andrés nació en el seno de una familia que tuvo nueve hermanos, aunque desafortunadamente uno falleció. Desde los primeros años de la infancia, la constante en la línea de los recuerdos fue el trabajo, desde las faenas apoyando con diversas actividades a su papá en las tierras de labor y el cuidado de los animales, hasta ir a recoger leña para usarla como combustible, sacar el agua del pozo —pues, además de carecer del servicio de electricidad, tampoco tenían agua entubada—, ayudar su mamá a llevar y traer la ropa al área del río para su respectivo lavado, alimentar a los animales de traspatio y en general todo lo que les indicarán sus padres como tarea a desarrollar.
En este tipo de localidades, a lo largo de muchos años, se puso mucha atención en brindar a la población al menos de la educación primaria, a través del modelo de los Maestros Rurales que eran educadores —hombres y mujeres— que eran designados por la autoridad educativa a determinados pueblos, en donde adjunto a las instalaciones propias de la escuela, se encontraba La Casa del Maestro, es decir, la vivienda que la comunidad había construido y mantenía para servir de albergue a los educadores que enseñaban a las niñas y a los niños los fundamentos de las letras, las artes y las ciencias. Incluso el compromiso de los habitantes de la localidad era proveer de alimentos a las Maestras y a los Maestros quienes solían estar en las localidades durante varios meses antes de poder ir a las ciudades a cobrar sus honorarios o de visitar a sus propias familias.
Muchas personas, ahora ya en calidad de abuelos, recuerdan a estos Maestros Rurales que eran personas muy estrictas y exigentes con los pequeños para lograr impartir adecuadamente los saberes, pero cuya entrega y bondad eran incuestionables, pues no cualquiera tenía la vocación para internarse en las montañas o perderse en la lejanía de los ejidos durante meses, con el fin de servir como pilar de la educación de la niñez que ahí vivía.
Andrés Juárez Peña tuvo la suerte de que en su comunidad hubiera una escuela primaria atendida por estos Profesores Rurales. Resulta muy interesante que las niñas y los niños tenían un horario ampliado, es decir, iban por la mañana a la escuela, regularmente para agotar los temas de la carga relacionada con las ciencias, y después de la hora de la comida, volvían a reunirse en las instalaciones de la escuela para ejecutar actividades tecnológicas, prácticas agrícolas, ejercitación física y actividades complementarias. Andrés recuerda que era tal el grado de entrega y el espíritu cívico de las Maestras y Maestros que enseñaban en su escuela que, dentro del calendario cívico, cuando se indicaba que la bandera nacional debía izarse a toda o a media asta, los alumnos debían presentarse a las seis de la mañana y luego a las seis de la tarde para rendir los honores correspondientes.
Como muchas veces sucedía en esas comunidades, los servicios de registro civil del estado de las personas no siempre eran cumplidos a tiempo por los padres por diversas circunstancias. En el caso de Andrés, resulta que por diferentes razones de la vida cuando ingresó a la educación primaria no tenía acta de nacimiento, o sea, nunca se notificó de su alumbramiento a la oficina municipal del Registro Civil. Recuerda que uno de sus Maestros, de nombre Mateo Salomón Álvarez, natural de Orizaba, ante esa circunstancia, apoyó a la familia para que se hicieran los trámites correspondientes para generar el registro extemporáneo, a efecto de que el niño tuviera vigente su documento básico de identidad.
Los contenidos que se trataban en la escuela primaria estaban integrados en los libros de texto gratuitos que se elaboraban y se distribuían en todo el país. En la época de Andrés como estudiante de primaria, le correspondieron de las primeras ediciones, de lo que tenían en su portada a la mujer morena que tiene en la mano la bandera nacional, y a quien se suele dar el nombre genérico de La Patria —la mujer en realidad se llamaba Victoria Dorenlas o Dorantes, originaria de Tlaxco, Tlaxcala, y pintada en esta obra por el artista Jorge González Camarena en 1962, y que es ícono de México y su cultura—, y en sus primeras ediciones fueron reconocidos estos libros como de gran avanzada, tanto por la calidad de los contenidos como por las características pedagógicas con las que estaban presentados para facilitar su explicación y comprensión. Andrés recuerda que, efectivamente, trabajaban con esos libros, pero al mismo tiempo Maestros como Mateo Salomón Álvarez, iban mucho más allá, procurando el reforzamiento de los contenidos a través de técnicas como la presentación de esquemas, dibujos, mapas y maquetas, que hacían mucho más vistoso y fácil de comprender el conocimiento; además, este Maestro en particular solía invitar a los alumnos a hacer pequeñas excursiones o salidas de estudios a lugares cercanos, como La Presa de Temascal, algún museo en Córdoba, o en Orizaba, y esto permitía a los niños, en la modestia de su condición, ir dándose cuenta de que el mundo era mucho más extenso que su breve comunidad, al tiempo de incentivar la imaginación de los pequeños, tratando de que se proyectaran para alcanzar grandes metas.
Andrés Juárez Peña logró terminar con muy buenos resultados su educación primaria y recibió el apoyo de sus padres para continuar su formación. Ahora ya con la educación secundaria, pero debía trasladarse todos los días a la cabecera municipal de Tierra Blanca, abordando un autobús que le hacía recorrer unos veinte kilómetros de distancia. No fue tarea sencilla, porque Andrés no vivía a pie de carretera, sino en una parcela alejada de la vía de comunicación, por lo que todos los días, el niño se levantaba desde las cuatro de la madrugada, se alistaba y comenzaba a caminar, pues debía estar en la carretera alrededor de las seis de la mañana para no perder el autobús. Su escuela secundaria es de corte Tecnológica Agropecuaria, por lo que, al igual que sucedió en la primaria, se combinaba este nuevo nivel con la impartición de las clases normales, y luego del descanso de la comida, se volvía a trabajar en actividades tecnológicas y agropecuarias. Su horario de estudios comenzaba todos los días a las siete de la mañana y terminaba a la una de la tarde, y en ese lapso se estudiaban las disciplinas concretas como español, matemáticas y ciencias; luego venía un descanso de dos horas, dedicado primordialmente a los alimentos y, después, de tres a seis de la tarde, se dedicaba a los estudiantes a las actividades agropecuarias y tecnológicas.
Andrés, muy consciente de sus recursos limitados, por ejemplo, de la carencia de electricidad en su casa, aprovechaba cualquier momento, en especial durante el horario de descanso y comida, para avanzar lo más posible en la resolución de las tareas académicas que le señalaban los Maestros. Tomaba rápidamente sus alimentos y se dirigía a cumplir con las actividades tecnológicas y agropecuarias —agricultura, horticultura, apicultura, ganadería, industrias rurales, entre otras—para luego abordar el autobús que debía llevarlo a la entrada de su ejido. Llegaba a casa ya con la noche a cuestas.
Fueron tres años de mucho esfuerzo para Andrés, pero a final de cuentas tuvo la oportunidad de salir de su ejido, de conocer un centro de población urbana, de trasladarse solo, de tener que enfrentarse a la necesidad de la comunicación y por tanto tener que desarrollar seguridad en sí mismo. En esta época, venciendo los temores, Andrés participó en certámenes de declamación y oratoria y supo por primera vez lo que significaba estar al frente de un auditorio; también comenzó a incursionar en actividades deportivas, como su integración a un equipo de voleibol.
En el mismo sentido, Andrés descubrió un llamado muy especial de la lectura. Intuía que en los libros estaba almacenado un cúmulo de saberes extraordinario, pero como en el caso de las otras familias de su comunidad, en su hogar apenas se contaba con los textos escolares y de manera extraordinaria con un ejemplar de la Biblia, además de «Las mil y una noches» que el mismo Andrés había ganado en un concurso de declamación, pero nada más. En su estancia en Tierra Blanca, encontró un pequeño lugar en donde rentaban libros y revistas para leer. En este sitio tan singular, el joven Andrés, pagando diez o veinte centavos, tenía derecho de sentarse a leer una hora. Este encuentro con los libros fue fundamental, pues conforme iban avanzando los días y las semanas, iba encontrando diversos temas de gran interés, pasando de las historietas, a los cuentos, teniendo los primeros antecedentes de la historia de las luchas de los desposeídos por sus tierras y por vencer la desigualdad, lo mismo que las trágicas narraciones en torno de los abusos de los poderosos en contra de quienes nada tenían. Con esto Andrés alimentaba en su mente y en su corazón algo que iba a despertar en muy poco tiempo: su sentido de la lucha social.
Con éxito en sus estudios y mucho mayor seguridad en sí mismo, Andrés Juárez Peña tuvo que enfrentarse a un momento decisivo de su vida: determinar a qué se quería dedicar de manera profesional. Su primera opción era continuar estudiando en la preparatoria y luego ingresar a una Universidad o a un Instituto Tecnológico para obtener una licenciatura o una ingeniería, pero eso implicaba dedicar aún otros ocho años más a la preparación y estaba el factor de la carencia de los recursos económicos suficientes. Su otra opción era incorporarse a la Escuela Normal, en donde, luego de cuatro años de estudios, egresaría ya formado como profesor con dos ventajas muy claras: la primera era que si lograba aprobar el examen de admisión y mantenía un buen desempeño académico, la institución le garantizaba una beca económica con la que podría enfrentar sus necesidades más apremiantes, como la alimentación y el hospedaje; la segunda era que al egresar, si se encontraba en disposición de ser asignado a cualquier ubicación que se le señalara, de inmediato obtendría una plaza de Maestro, con lo que podría comenzar a generar recursos económicos.
De este modo, Andrés determinó hacerse Maestro, sin que esto representara una ausencia de vocación, sino más bien movido por las cuestiones estratégicas que le planteaba la vida en diversas encrucijadas. Así fue como Ingresó al Centro Regional de Educación Normal, ubicado en la ciudad de Tuxtepec, Estado de Oaxaca, distante unas tres horas en autobús de su comunidad natal. De Inmediato, con unos dieciséis años de edad, el joven se dio cuenta del cambio a que se estaba enfrentando, pues no sólo se trataba de una ciudad diferente, sino de convivir con alumnos y Maestros de otras ideas, con otra percepción del mundo.
La Escuela Normal recibió a Andrés con una organización mucho mayor, en donde los alumnos disfrutaban de sus propias agrupaciones, en donde hacían círculos de estudios, discusión y convivencia y en donde se procuraba por diversos medios que los profesores en formación tuvieran un sentido de la pertenencia y de la lucha social muy claro.
En la Escuela Normal, Andrés reafirmó su vocación lectora, ahora ya no sólo con las obras de RIUS —Eduardo Humberto del Río García, caricaturista y escritor mexicano, autor de obras como “Los Supermachos”, “Los Agachados”, “Cuba para principiantes”, “Manual del perfecto ateo”, “La panza es primero”, “Filosofía para principiantes”, entre muchas otras obras—, sino ya teniendo algunas lecturas de filosofía política. El Centro Regional de Educación Normal al que pertenecía Andrés, aunque ya no albergaba a los alumnos en calidad de internado como sucedía en las instituciones de corte rural, no dejaba por eso de tener una muy fuerte carga ideológica y política de izquierda. El Maestro Andrés Juárez Peña, ahora recuerda con mucha claridad y perspectiva, que los gobiernos en turno tenían cierta reticencia a estos centros educativos, pues desde finales de la década de 1950 con la lucha de los ferrocarrileros, y de manera mucho más tangible y cercana, con los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, aunado a insurrecciones lideradas por Maestros rurales como Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez Rojas, se consideraba que los centros formativos de normalistas eran en realidad formadores de militantes políticos.
Andrés tiene muy presente que, efectivamente el Centro Regional de Educación Normal en que se formaba, participó de manera muy activa apoyando a diversos núcleos poblacionales en diferentes luchas que libraban por su mejoría integral. El joven normalista Andrés Juárez Peña se interesó tanto en la participación social y política que ya para el segundo año de estancia en la Normal, era ya parte del Consejo Estudiantil, encargado de coordinar diversas actividades al interior y al exterior de la institución.
Por diversos motivos y causas, se generó en el interior del Centro Regional de Educación Normal un movimiento en demanda de la satisfacción de diferentes demandas. La lucha se prolongó, por semanas y luego por meses, al grado que el ciclo lectivo se perdió para el estudiantado. Con los antecedentes y consideraciones que tenían los gobiernos en torno de estas instituciones, el desenlace para esta esta
institución formadora de profesores fue la desaparición. Se decretó de esta manera el final de este centro educativo en Tuxtepec y se ofertó a los alumnos que, quienes quisieran culminar con su formación, serían reubicados en otras instituciones del país. De este modo se dividió a los estudiantes y con ello se pretendió su disolución como grupo político y su atomización para evitar conflictos sociales y políticos de otras dimensiones. Fue muy especial el tratamiento que recibieron los integrantes del Consejo Estudiantil, al que pertenecía Andrés, pues a ellos, les enviaron por parejas, a escuelas Normales que no tenían desarrollo de conflictividad política y llegaron condicionados a que de su comportamiento recto dependía tanto su estancia como su egreso como profesores. Andrés Juárez Peña, con menos de veinte años de edad, aceptó ser trasladado a Tlaxcala, concretamente a la Escuela Normal Urbana, pero siempre mantuvo y ha mantenido sus convicciones políticas y sociales. Claudicar para él es un acto inconcebible, pues el ser humano debe ser congruente en pensamientos, palabras y hechos.
Por eso mismo, cuando Andrés terminó su formación como Profesor en la Escuela Normal Urbana de Tlaxcala —que hoy lleva el nombre de Emilio Sánchez Piedras—, se postuló para ser asignado a alguna comunidad de Chiapas, Oaxaca o Guerrero, para poder tener mayor campo de acción en la participación social y política; no obstante, de conformidad con las reglas establecidas, los alumnos egresados con mejores promedios se quedaban en la entidad tlaxcalteca, de manera que el Maestro Andrés Juárez Peña fue asignado al Municipio del Carmen Tequexquitla, específicamente al Barrio de Guadalupe, distante unos seis kilómetros de la cabecera municipal, en donde rentó junto con otro compañero un lugar para vivir. Luego de dos años de labor, el Maestro Andrés decidió a iniciarse en el estudio de una rama concreta de la pedagogía, educación especial, y por ello pudo solicitar su cambio de adscripción. Lamentablemente, no concluyó con ese proyecto, pues en esa época su familia sufrió una pérdida muy dolorosa.
Hay que recordar, a manera de contexto, que el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), es una gran agrupación que durante mucho tiempo aglutinó a la totalidad de las Maestras y los Maestros de México. Fue fundado en el año de 1943, aún bajo la influencia de la política de masas del cardenismo que pretendía aglutinar a todos los grupos sociales del país en agrupaciones o sindicatos, incorporándolos al partido oficial. El SNTE se convirtió en uno de los sindicatos más poderosos de toda América Latina, contando en sus filas a miles de afiliados. No obstante, igual que ha sucedido en muchos otros casos, el SNTE muy pronto cayó en control de unas cuantas manos que comenzaron a ejercer cacicazgos y abusos en contra de los agremiados. Desde la segunda mitad de la década de 1980 comenzaron a escucharse diversas voces que propugnaban por lograr un proceso de democratización, no solo en las filas del SNTE, sino en toda la nación,
A Tlaxcala, tales aires de democracia y mejora en la participación social de las personas aglutinadas al SNTE, comenzó a incubarse desde los primeros años
de la década de 1990. Para ello, fue decisivo el trabajo que durante años realizó la
«Promotora Democrática Magisterial», a la que perteneció el Maestro Andrés, luchando por mayor participación de las bases en la toma de decisiones del sindicato y por limpiar de vicios el actuar de la dirigencia. Con pequeñas acciones fueron cultivando la semilla del movimiento que finalmente estalló a finales de 1993 y principios de 1994 —un año especialmente convulso para México, debido a la coincidencia de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y al mismo tiempo por la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y, unos meses después, con el asesinato del Candidato a Presidente de México, Luis Donaldo Colosio—; Las Maestras y los Maestros que participaban en este grupo original tenían, sin variación, un alto nivel de politización, pues muchos de ellos habían militado en partidos políticos de corte izquierdista como el Partido Comunista de México, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, el Partido Socialista Unificado de México, el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, el Partido Demócrata de México, entre otros.
El detonador del movimiento que se recuerda en Tlaxcala bajo la denominación de «Bases Magisteriales» es la demanda de un incremento para el magisterio en materia de pago por aguinaldo. La primera convocatoria reunió apenas a unas decenas de trabajadores de la educación —entre ellos a los integrantes de la «Promotora Democrática Magisterial», quienes asumen el liderazgo del movimiento—, pero a la tercera o cuarta asamblea ya eran miles los que salieron a la calle en demanda de tal aumento de percepciones. Ya en el año de 1994, el Movimiento de Bases Magisteriales logró la satisfacción de sus demandas iniciales, pero era tal la fuerza que llegaron a acumular que terminaron siendo el punto de gravitación de otros conflictos y demandas sociales, no sólo de parte de los padres y madres de familia de las comunidades escolares, sino de las localidades de Tlaxcala, pasando, por supuesto, por la disputa por la dirigencia formal de las secciones del SNTE en la entidad.
El Maestro Andrés Juárez Peña recuerda que 1994 fue un año de gran lucha de parte de las y los integrantes del magisterio. No sólo hubo plantones permanentes a las afueras del Palacio de Gobierno o toma de carreteras en momentos estratégicos, sino un constante contacto de coincidencia con la gente de Tlaxcala, de los pueblos y las ciudades para evitar que se descalificara al movimiento como una simple petición para lograr incrementos económicos, en la lógica meramente ambiciosa o mezquina.
Según la síntesis que hace el Maestro Andrés sobre los logros que alcanzó el Movimiento de Bases Magisteriales están, en primer lugar, el doble de percepciones a todos los trabajadores de la educación por concepto de aguinaldo; enseguida, se logró el pago de una quincena extra, con motivo de la celebración del 15 de mayo, a todas las personas trabajadoras de la educación; en tercer sitio, se logró que el Gobierno del Estado financiara autobuses que apoyaran con el traslado gratuito de las y los Maestros, en especial a los lugares más alejados de la entidad;
en cuarto lugar, se logró el incremento del pago de las primas vacacionales; enseguida, lo generó la primera etapa de operaciones de los desayunadores escolares en las escuelas como beneficio a la infancia de Tlaxcala; en sexto lugar, se enumera la obligación de la autoridad educativa para dotar, de manera gratuita, de libros de texto para la educación secundaria en favor de miles de estudiantes y en beneficio a sus familias, pues ya no tendrían que desembolsar esos costos; de la misma manera se logró el incremento de becas económicas en favor del alumnado de mayor aprovechamiento académico y se dieron los primeros pasos hacia la dotación generalizada de uniformes escolares; finalmente, el Movimiento de Bases Magisteriales, durante la segunda mitad de la década de 1990 logró la gestión y fundación de muchas escuelas de diversos niveles en las comunidades en donde no existían estas instituciones, con lo que se benefició a comunidades enteras.
Con toda justicia, apreciando a treinta años de distancia el inicio de este Movimiento de Bases Magisteriales que lideró la «Promotora Democrática Magisterial» a que perteneció el Maestro Andrés Juárez Peña, incidió de forma sustantiva en delinear los cambios políticos y electorales que vivió Tlaxcala desde finales de la década de 1990 y que hoy nos tiene viviendo una etapa diferente en el devenir de la entidad y de todo el país.
Ya en otro orden de ideas, el Maestro Andrés Juárez Peña llegó a establecerse al Barrio de Atencingo, perteneciente a la localidad de Santa María Atlihuetzian, del Municipio de Yauhquemehcan, hace más de dieciséis años, sobre todo bajo el razonamiento de ser una zona bien comunicada por carretera y de mucha tranquilidad. Además, derivado del proceso de fundación de nuevas escuelas, fue designado como Director de una Preparatoria en el Municipio de Xaloztoc que era vespertina y nocturna, operando en instalaciones no propias, con múltiples carencias, con personal que todavía no recibía un sueldo de parte de la autoridad educativa, pero ya con una matrícula de alumnos y con la firme esperanza de que, más tarde que temprano, recibieran la clave oficial, el reconocimiento de los estudios del estudiantado, un edificio propio y desde luego, la regularización de la situación laboral de los trabajadores, tanto profesores como de apoyo y administrativos.
El Maestro Andrés, respaldando a su esposa, apoyó para ella hiciera uso de un crédito otorgado por el FOVISSSTE, construyendo su vivienda en el Barrio de Atencingo, tratando de acortar la distancia de recorrido a su centro laboral, pero casi de inmediato también se interesó por integrarse a la nueva comunidad. Según su percepción, en estos dieciséis años ha podido darse cuenta de la transformación de la localidad, no sólo con la mejora de la infraestructura urbana, sino incluso pasando por el cambio en la actitud y comportamiento de los habitantes del lugar, como, por ejemplo, el ser más proclive a la tolerancia para escuchar al que no piensa igual, al que difiere de criterio, dejando atrás la cerrazón de quien no acepta más opinión que la propia.
En la opinión del Maestro Andrés, se reconoce la participación de las y los vecinos de Atencingo en su problemática local. Gracias a ello, en los últimos años se han visto cambios sustantivos, como mejoras en su sistema de agua potable y drenaje, mayores áreas de calles recubiertas con adoquín, avances en la construcción del templo de la localidad, lo mismo que de las escuelas preescolar y primaria y varias mejorías en los espacios públicos, pasando también por la mejor organización de su festividad anual y hasta la visible disminución de prácticas tan nocivas como el alcoholismo. Naturalmente hay que entender que, al incrementar la población del Barrio de Atencingo, se hace también evidente otro tipo de problemática que, aunque existía en décadas anteriores, no tenía tanta incidencia como en la actualidad, como es el caso de la delincuencia.
El Maestro Andrés Juárez Peña se sorprendió mucho cuando un grupo de vecinos le propusieron postularse como aspirante a Delegado Municipal, para ser votado en las urnas, primordialmente porque sabía que en muchos pueblos los vecinos originarios son especialmente celosos respecto de quienes no lo son. Con la experiencia como autoridad local, el Maestro Andrés comparte que se trata de una tarea difícil porque, en primer lugar, se trata de convencer a los vecinos para que participen, para que entiendan que no pueden estar en una actitud de mera pasividad esperando la obra que se sirvan asignarles de parte del gobierno municipal o del estatal. Dice que el verdadero liderazgo debe ejercerse con el ejemplo, pues si se llama a la localidad a salir a hacer faena para limpiar las calles o algún área verde, es la autoridad la primera que debe estar empuñando la pala o la escoba, haciendo el trabajo.
De acuerdo a la percepción del Maestro Andrés, la comunidad está ávida de tener liderazgos sociales que realmente encabecen las causas de la localidad y que pongan el ejemplo de lo que se debe hacer, por eso dicen que la palabra convence, pero el ejemplo arrastra. También dice que es muy lastimoso y negativo para los habitantes de un núcleo poblacional, el que sus dirigentes se dividan y se ataquen de manera mezquina e insidiosa. Por ejemplo, si alguien ya detentó un cargo cualquiera, como representante en una comisión o como autoridad local, es de lo más destructivo que en lugar de seguir participando activamente en beneficio de todos, se convierta en un crítico agrio de lo que está haciendo el representante en turno. El que fue, logró lo que pudo y debe seguir trabajando, ahora en apoyo de quien es el representante para que no él, sino la comunidad entera, reciba los beneficios de las acciones.
Para ello, el Maestro Andrés comenta que es de gran importancia fomentar en todas las personas el sentido de conciencia comunitaria, la solidez de la identidad y de pertenencia, para que, como vecinos de cualquier población, no seamos indiferentes a la problemática imperante. Si todos en la localidad nos preocupamos por cuidarnos mutuamente, por defender a la infancia y a la juventud de cualquier amenaza, aunque no se trate de nuestros propios hijos, estaremos contribuyendo
de manera muy sensible a la disminución de fenómenos antisociales como la delincuencia en todas sus esferas.
El Maestro Andrés recuerda, por ejemplo, que en la escuela preparatoria que contribuyó a fundar en el Municipio de Xaloztoc, se procuraba infundir entre los estudiantes su sentido de servicio a la comunidad, trabajando siempre en favor de los demás. Los días sábados, que habitualmente muchas escuelas no laboran, ellos lo dedicaban a acciones específicas de beneficio a la comunidad, de suerte que, por ejemplo, el servicio social era tenido como una alta responsabilidad y sólo se liberaba de esa tarea a las y los jóvenes que demostraban que en sus tiempos libres, los fines de semana o en los períodos vacacionales apoyaban a sus vecinos, sea ayudándolos a concluir su educación básica, haciendo trabajos para la mejora de su situación de vida o haciendo labores en favor de espacios públicos, desde el pintado de guarniciones hasta la limpieza general de la localidad.
Andrés Juárez Peña tiene la profunda convicción de que es necesario hacer comunidad con nuestras acciones diarias, no ser indiferente ante la problemática de los demás, mostrarse empático con las necesidades de los otros, ser solidario y propositivo cuando se trata de emprender alguna obra o mejora en bien de la colectividad. Si esto llega a lograrse, la realidad de nuestros pueblos cambiará porque a la pasividad se le combate con acción, a la antipatía se le vence con participación y a la indiferencia se le borra con trabajo y entrega.
Quizá en las palabras del Maestro Andrés Juárez Peña estén muchas respuestas que hoy buscan los liderazgos que pretenden emerger en las localidades, y que deben volver la mirada a lo esencial, al sentido más elemental y básico de lo que significa vivir y hacer comunidad, de que el ejercicio de la representación popular no es para el protagonismo ni mucho menos para el enriquecimiento, sino para ayudar a que la colectividad venza sus problemas más apremiantes. En honor a este hombre, veracruzano de nacimiento, pero tlaxcalteca de adopción y por convicción, y sabedor de su gusto por la poesía, termino obsequiando está décima: Pocos como tú, yo he visto / Entregar todo por nada, / Eres de un alma elevada, / De mezquindad, desprovisto; / Eres, por ello, insisto, / Hombre de una sola pieza, / Hecho de fuego y firmeza, / Sin perder piso ni pies, / De limpia naturaleza, / Eres gran ejemplo, Andrés.
¡Caminemos Juntos!