El Diosero

CRÓNICAS DE YAUHQUEMEHCAN
David Chamorro Zarco
Cronista Municipal
Quiero dedicar hoy este espacio para recomendar a todas y todos los amables lectores un estupendo libro que, no obstante haberse publicado hace poco más de setenta años, hoy tiene una presencia temática de primer orden, en especial cuando nos vemos inmersos en procesos tan fuertes y envolventes como la globalización.
​Después de la Revolución Mexicana y con todo el movimiento cultural nacionalista que se generó, hubo una gran cantidad de obras de arte que procuraron la reivindicación de la cultura indigenista, o sea, el modo de ver y vivir la existencia de parte de los pueblos originarios que, como bien sabemos, habían estado marginados y despreciados durante mucho tiempo.
​Maestros como Diego Rivera, José Clemente Orozco o David Alfaro Siqueiros habían llenado enormes muros con imágenes en que se exaltaba el pasado indigenista de nuestro país; en la música, Blas Galindo, Daniel Ayala y José Pablo Moncayo se habían encargado de dar un cariz diferente a los sonidos, aunque la obra «La noche de los mayas» de Silvestre Revueltas es verdaderamente admirable.
​Lo mismo pasó con la literatura, no sólo con la llamada Novela de la Revolución, sino con obras de las décadas posteriores que procuraron fijar la atención en los indígenas y en modo tan participar de concebir la vida. Autores como Mauricio Magdaleno o la propia Rosario Castellanos con su «Balúm Canán» nos muestran un retrato de cuerpo entero a los descendientes directos de los pueblos originarios. No hay que olvidar a otro grande la literatura nacional como Bruno Traven que con obras como su «Macario», «La rebelión de los colgados» o «La carreta», igualmente no lleva a reflexionar profundamente acerca de la manera de ser de diversos pueblos indígenas.
​Hace algunos años, la Universidad Veracruzana publicó el título «La novela indigenista en México» en donde su autor, Jesús Rodríguez Chicharro, hace un análisis mucho más profundo y específico acerca de la figura de los indígenas en parte de nuestra literatura nacional.
​Quiero compartir que el Maestro Francisco Rojas González fue un cuentista y escritor jalisciense nacido en 1904. Destacó muy en especial por su formación como etnólogo. Esto le permitió recorrer el país conviviendo con diversos pueblos indígenas, conociendo su forma de existencia, sus ideas, su religión y muchos otros aspectos que continúan en estudio hasta nuestros días. Rojas González se destacó tanto en el campo de las letras que apenas con cuarenta años de edad recibió el Premio Nacional de Literatura. La muerte lo sorprendió muy joven, cuando apenas tenía 47 años, pero su legado es particularmente rico.
​Resulta que ya de manera póstuma, el Fondo de Cultura Económica reunio una serie de cuentos con temática indígena que había escrito Francisco Rojas González y los dio a conocer bajo el título «El Diosero». Esta obra apareció a la luz en 1953 y rápidamente se convirtió en un referente de las letras nacionales con un éxito inusitado. Más o menos en la misma época en que Juan Rulfo conquistaba la atención y la admiración del público latinoamericano, Rojas González hacía lo propio con su manera tan singular de ver las cosas a través de la mirada de indígenas. No creo exagerar al decir que estos dos hombres, cada uno con sus obras, contribuyeron a alimentar la hoguera que desató la gran exposición de la literatura de la América Latina que también es conocida como «Realismo Mágico» y en donde Gabriel García Márquez es reconocido como el abanderado.
​«El Diosero», cuanto que da nombre a la colección de narraciones, se ubica en un lugar de la selva lacandona, en donde un hombre trata de controlar a los elementos de la naturaleza haciendo figuras de dioses de barro. Les reza con fervor, una vez terminado, pero cuando se da cuenta de que alguno ha perdido su capacidad para dominar o controlar, simplemente lo destruía y se dedicaba a amoldar otra figura de dios que fuera capas de satisfacer su necesidad. Es una belleza el relato, la pintura del escenario, la capacidad del escritor para transmitir la esencia selvática del momento.
​«La tona» es un cuento que ya he referido en alguna ocasión acerca del nacimiento, en medio de muchas dificultades de un niño en alguna población de la comunidad mazahua y de como se tenía la creencia de que la primera criatura que dejara impresas sus huellas en la ceniza esparcida alrededor de la casa, daría su fuerza y protección al pequeño durante toda la vida. Esa fue la historia de José Bicicleta.
​«Parábola del niño tuerto» es una historia por demás dramática que narra los pesares de un pequeño que sólo tiene un ojo y es blanco de todas las puyas de los otros niños que, llenos de crueldad, se burlan de su condición. Su madre promete llevarle ante la Virgen de Zapopan para pedir el milagro de su corazón, ofreciendo en pago un par de ojos de plata si se concede el milagro. A la Salida del templo, el muchacho contempla extasiado la quema de los cohetes y los fuegos de artificio, y de pronto la vara de un cohete le cae directamente en el ojo bueno dejándolo ahora ciego por completo. Ya de regreso a su pueblo, por el camino su madre le consuela diciendo que la Virgen si hiso el milagro, pues si bien los muchachos se pueden burlar de un tuero, de un ciego, nadie se mofa.
En la historia titulada «La venganza de Carlos Mango» (así, Mango, no Magno), se marra una escena de alguna comunidad mazahua. Quizá del Estado de México o de Michoacán que acuden a celebrar con una danza al Señor de Chalma. El etnólogo trata de sacar del capitán de los danzantes una explicación del por qué o para qué han montado la danza y, sabedor de las debilidades humanas, atrae al informante con una botella de aguardiente. Poco a poco el mazahua va dando cuenta de que en su pueblo hay un hombre, Donato Guerra, que está en peligro de muerte y que hay venido a pedir al santo Cristo que le salve la vida. Lo interesante es que uno se va enterando de Donato Guerra es un vil opresor que maltrata a los indígenas, que les roba las tierras, que les niega acceso a las aguas, que hurta a los animales, particularmente a las reses, para luego venderlas en su carnicería, que incluso ha llegado a robarse a las muchachas y a dejarlas abandonadas desnudas en el monte… El informante dice que los de un pueblo vecino al suyo, cansado de tantos maltratos y abusos de Donato Guerra, lo esperaron en una emboscada y le han puesto una paliza que lo ha dejado al borde de la muerte. El etnólogo intrigado, pregunta entonces por qué, si es tan malo y tan odiado, ellos han venido a rogarle al Santo de Chalma que le cure, que le devuelva la salud y el informante, lacónico y sincero, responde que quieren que se salve Don Donato Guerra para que puedan ser ellos los que finalmente lo castiguen, «los que le den pa´ sus tunas».
​Con estos tres ejemplos quiero dejarles la sincera invitación para que se acerquen a la lectura de este libro. Les aseguro que lo disfrutan mucho y lo harán de sus favoritos. Búsquenlo si quieren en la biblioteca pública de San Dionisio Yauhquemehcan o en cualquier otro repositorio de libros; puede adquirirlo impreso por muy pocos pesos, pues es un volumen muy breve y hasta pueden leerlo de manera gratuita en algunas páginas de internet. De verdad, de todo corazón les digo «El Diosero» de Don Francisco Rojas González, es un libro que les cambiará la perspectiva de su vida. Hagamos de Yauhquemehcan y de todo Tlaxcala una tierra de lectores.
¡Caminemos Juntos!

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