Fundidores de campanas, artesanía en riesgo

David Chamorro Zarco
Cronista Municipal
En un mundo que cada día se industrializa y automatiza de forma incontenible, figuras como las y los artesanos de cualquier tipo de producción van perdiendo paulatinamente su lugar, su importancia, su fuente de ingresos y, desde luego, la calidad de su vida. Ya nadie le compra trastes de barro al alfarero, sino que se adquieren en el super mercado hechos de plástico; pocos adquieren su ropa con las mujeres que bordan, hilan y tejen, pues casi todo mundo decide hacer caso de la ropa industrializada, muchas veces venidas del otro lado del mundo; casi nadie va a las compras llevando una cesta tejida por manos expertas, sino que la gran mayoría opta por bolsas de plástico que, lamentablemente, son de un solo uso y contribuyen terriblemente a la contaminación del planeta.
Lo mismo ha sucedido con los maestros fundidores de campanas, cuya problemática no es menor. Dice la tradición que en el territorio de Santa María Atlihuetzian, posiblemente en un sitio ahora en la demarcación de la comunidad del Rosario Ocotoxco, hace cinco siglos se fundió la primera campana que hubo en todo el nuevo mundo. Se sabe que, durante los decenios siguientes a la instalación de los franciscanos en Tlaxcala, hubo en Santa María Atlihuetzian una escuela de artes y oficios en que se formó a los naturales en diferentes saberes, ciencias y habilidades para tener la mano de obra necesaria para emprender todo tipo de factorías, entre ellas la cuestión de la aleación y fundición de los metales y la conformación de campanas. De entonces a la fecha, de manera oral, de generación en generación, el saber y la habilidad se han venido transmitiendo hasta nuestros días.
Hoy, la comunidad del Rosario Ocotoxco es reconocida como la localidad en donde existen artesanos fundidores de campanas, pero diversos factores han contribuido a que la actividad aminore al grado de que las autoridades del antropología e historia en el país les tengan catalogados ya como una actividad en riesgo. La primera cuestión es que quedan ya muy pocos conocedores y practicantes de la disciplina. A continuación, está el factor de que la población, desde hace algunas décadas, estuvo sometida a un cambio de prioridades económicas que dejaron de lado labores del sector primario y se interesaron más en la industria, el comercio y los servicios y, por tanto, abandonaron la tierra y las artesanías como su actividad económica de primera línea.
Enseguida, también hay que enlistar que cambiaron muchas costumbres colectivas, por ejemplo, el dinamismo católico ha caído sensiblemente en las últimas décadas, al decir de los datos anotados por los censos de población que se practican cada decenio. Eso implica que el dejar de ser la práctica religiosa una cuestión central en la vida comunitaria de la gran mayoría, los recursos económicos dedicados a tal fin han ido en disminución paulatina pero constante. Pregúntese a nuestros fiscales y demás representantes eclesiásticos cuántos trabajos tienen que pasar para reunir la cantidad mínima, no ya para hacer grandes inversiones de rescate y mantenimiento de los templos, sino al menos para hacer frente a los servicios básicos de los propios templos.
Naturalmente, las localidades han dejado de invertir grandes cantidades en sus templos y por ello, en la restauración, mantenimiento o fundición de campanas. Esto, combinado con los altos precios de los metales y demás insumos hacen la explicación completa del por qué los artesanos fundidores han perdido gran impulso. Muchos hijos de las familias que originalmente dominaban esta disciplina han decidido dedicarse a otra cosa.
Hace unos días, en el marco de la entrega de un par de archivos personas a los Maestros fundidores Don Francisco Chimal y Don Gaspar Agustín Sánchez García, investigadores y autoridades de antropología e historia hacían diversas reflexiones en torno de lo importante que es diseñar y ejecutar estrategias conjuntas de parte de las instituciones, los agentes sociales y la ciudadanía en general, para poder reactivar esta actividad artesanal inyectándole dinamismo a su producción desde diversas perspectivas. Ojalá pueda lograrse la iniciativa de convertir a la fundición de campanas como un patrimonio cultural inmaterial en riesgo, a efecto de que se activen diversos mecanismos nacionales e internacionales para proteger este saber de varios siglos de antigüedad.
Aquí hay un producto más del que puede fortalecerse el turismo en Tlaxcala, enseñando a los visitantes que las campanas son la materialización del llamado del pueblo a la oración por Dios, para usar una imagen muy común, enseñando que antes de los teléfonos celulares y la internet, las campanas jugaban un papel de primordial importancia en la comunicación de los pueblos.
Si se toma por ejemplo una pequeña acción como el rescate de las escuelas por su campana —pies es bien sabido que antes de la masificación del uso de los timbres eléctricos, era con campanas como los niños eran advertidos de que se acercaba el inicio de su jornada, del momento en debían iniciar y terminar el recreo y finalmente del instante en que terminaba el día de estudio—, se podrían fundir miles de campanas para ser colocados en escuelas y colegios de todos los niveles educativos y esto beneficiaria en grado sumo a los maestros fundidores. Otra idea que se ha planteado ya en que, en las casas, los timbres eléctricos sean sustituidos por campanas. Lo mismo podría implementarse en diversas empresas y en otras entidades que pueden comunicarse entre sus colaboradores con el tañer de un metal.
Los maestros y alumnos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia se han mostrado de lo más interesados en apoyar este tipo de estrategias para lograr que la actividad de los maestros fundidores sea valorada y preservada. Naturalmente de nosotros, como comunidad, depended en mucho el resultado de tal esfuerzo.
Ocotoxco puede ser el pueblo de las campanas, lo mismo que Taxco lo es de la plata o Santa Clara lo es respecto del Cobre. Esta artesanía emblemática puede llegar a tener gran impacto económico, cultural y social, pero es necesario unificar esfuerzos para que todo esto no quede sólo en buenas intenciones, sino en logros concretos y tangibles.
¡Caminemos Juntos!

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