David Chamorro Zarco
Cronista Municipal
La gran ciudad de México – Tenochtitlan cayó simbólicamente el día 13 de agosto de 1521, luego de haber resistido durante varios meses un terrible asedio de un ejercito conformado de unos cuantos cientos de españoles y de decenas o acaso de centenas de miles de guerreros indígenas de diversos pueblos de muchas regiones de lo que hoy, por categoría cultural, llamamos Mesoamérica.
El último mandatario de la ciudad capital de los mexicas, el gran Cuauhtémoc, procuró un último movimiento desesperado y fue tratar de salir del sitio y procurar desde fuera volver a tejer los apoyos con pueblos aliados para continuar la resistencia de México – Tenochtitlan; sin embargo, fue descubierto y hecho prisionero, con lo que dio por terminada la defensa de la ciudad. Dicen que la captura del huey tlatoani se dio por noche de ese día 13 de agosto de 1521; seguramente, entre las huestes que asediaban a la ciudad, fue cuestión de horas el llegar a conocer la noticia que sin duda exacerbó los ánimos del ejército aliado. Fue natural que los soldados entraran a tropel en la ciudad de México – Tenochtitlan, tomando el botín que pudieron y encontraron seguramente una ciudad en ruinas y sembrada de cadáveres en las calles, por el hambre y la enfermedad.
Seguramente el día 14 de agosto de 1521 fueron despachados diversos correos a diferentes zonas de Mesoamérica, llevando la formidable y casi increíble noticia de que la otrora todopoderosa ciudad de México – Tenochtitlan había caído en manos de sus conquistadores, indígenas y españoles. En Tlaxcala, al conocerse la noticia, se celebró que los enemigos que tanta opresión había causado a los tlaxcaltecas ya no eran una amenaza. Por eso el 15 de agosto es un día de gran trascendencia para Tlaxcala, festividad de Nuestra Señora de la Asunción, a quien quedó encomendado el patronazgo de lo que pocos años después fue la ciudad que hoy conocemos y también el Obispado de Tlaxcala. Hasta nuestros días, el día 15 de agosto conlleva un sentido de celebración que va mucho más allá de lo religioso y bien podría considerarse el día del triunfo de Tlaxcala o de la exaltación a la tlaxcaltequidad.
Naturalmente, como se ha dicho en otros momentos en este mismo espacio, si bien Mesoamérica era una zona con una unidad cultural más o menos definida, no lo era así en materia política o de gobierno. La verdad era que existían muchas unidades geopolíticas que respondían a su propia realidad. Los purépechas de lo que hoy es Michoacán poco o nada tuvieron que ver con la caída de la ciudad capital de los tenochcas, lo mismo que las unidades poblaciones de los estados de Jalisco o de Colima, por citar algunos ejemplos. Otro tanto sucedía con lo que hoy corresponde al norte, noreste y noroeste del territorio mexicano o con la zona del sureste y lo que el día de hoy nosotros conocemos como Centroamérica. No hay que perder de vista que, en momento de mayor prosperidad, la Nueva España alcanzó a tener una superficie ligeramente superior a los siete millones y medio de kilómetros cuadrados, que hoy correspondería más o menos a lo que mide Australia. Actualmente, México apenas se aproxima a los dos millones de kilómetros cuadrados.
La caída de México – Tenochtitlan no representaba más que una pequeña fracción del inmenso territorio que se había descubierto de parte de los españoles. Don Hernando Cortés, apenas consumada la caída de la ciudad capital de los tenochcas, mandó emisarios y exploradores por diversos rumbos para poder tomar información de los pormenores de los siguientes pasos a dar. Poco tiempo después, con muchas dificultades técnicas y logísticas, españoles y tlaxcaltecas marcharon en una expedición que tuvo por misión llegar al actual territorio de Honduras. En el paso, se fundó la Antigua Guatemala, dejando el patronazgo a Santiago Apóstol y en donde, por cierto, se encuentran los restos mortales de quien fuera una de las hijas del Señor Xicohténcatl de Tizatlán, quién tomó el nombre de María Luisa, una vez bautizada.
Desde luego que las nuevas empresas de conquista y colonización no fueron nada sencillas. Los tlaxcaltecas apoyaron a la Corona Española con labores de fundación y expansión de diversos pueblos en muchos tumbos de la naciente Nueva España e incluso fuera del territorio, llevando, por supuesto la misión de contribuir a la pacificación de los territorios, al desarrollo de la agricultura y otras actividades productivas, la introducción y generalización de nuevas tecnologías, el fortalecimiento del cristianismo y en general el procurar contribuir a una unidad nacional nueva y efectiva.
Durante unos dos siglos y medio, diversas familias tlaxcaltecas salieron a territorios desconocidos con esta misión. Es cierto que el momento más reconocido de estos acontecimientos —a los que también se conoce como la diáspora tlaxcalteca— fue lo que se conoce como la salida de las Cuatrocientas Familias Tlaxcaltecas, cuya fecha oficial de celebración es el 6 de junio de 1591. No obstante, desde la etapa más temprana del siglo XVI se comenzó con estas actividades que prácticamente se mantuvieron hasta finales del siglo XVIII.
Se reconoce también que no siempre los tlaxcaltecas y sus familias acudieron al llamado de la Corona Española de muy buena gana, pero si lo pensamos en estos momentos, tampoco habría mucha gente que estuviera dispuesta a abandonar su tranquilidad y su seguridad en comunidades ya constituidas, para irse a fundar otros pueblos, enfrentándose a todo tipo de peligros, incluyendo los constantes ataques armados que hacían los grupos nómadas y seminómadas que ocupaban lo que se denominaba La Gran Chichimeca, en donde es bien sabido que incluso grupos como los apaches se mantuvieron en pie de lucha hasta hace poco más de cien años.
La labor y trascendencia de los tlaxcaltecas en la colonización de la Nueva España trajo diversas consecuencias. En lo material, puede hablarse de que, gracias a la fundación de diversos núcleos de población, pudieron organizarse mejores labores de explotación de los recursos naturales, como en el caso de la minería de plata, dando también vida a los caminos que conducían por las diversas rutas; se mejoró ostensiblemente la explotación de la tierra a través de la agricultura, con técnicas modernas y con tecnología, lo que hizo que los pueblos fundados poco a poco se fueran consolidando. En lo que hace a lo cultural, las aportaciones fueron mayores, pues los tlaxcaltecas logran integrar a algunas comunidades de naturales que habían mantenido rijosos, haciéndoles partícipes del nuevo estilo de vida; se ayudó a la fundación de diversas misiones religiosas, a la edificación de templos y a las labores generales de catequesis lo que hizo que en las siguientes décadas, el catolicismo se afianzara; se difundió el uso del castellano, pero también del náhuatl como instrumentos de comunicación efectiva entre las nuevas poblaciones y, lo más importante, con el paso de los decenios y luego de los siglos, los tlaxcaltecas contribuyeron a la formación de ciudades que hoy son prósperos polos de desarrollo económico en diversas entidades de México y del extranjero.
Las diversas jornadas tlaxcaltecas de colonización —no sólo la de finales del siglo XVI— llevaron cultura y desarrollo a diversas regiones. Los pueblos que nacieron como resultado de ese ejercicio, siguen recordando que sus orígenes son tlaxcaltecas y así lo manifiestan, no sólo en su memoria colectiva, sino también en muchas de sus obras de arte, de sus prácticas religiosos y de sus festividades populares. Las huellas de los tlaxcaltecas no se borran.
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