Moral y política o política y moral

  • ManuelRojas

La relación entre la moral y la política es un tema hoy más vivo que nunca. Entre las cuestiones morales, la relación entre moral y política es una de las más tradicionales junto con la de la relación entre moral y vida privada, sobre todo en el terreno de la vida sexual, o entre moral y derecho, y entre moral y arte. El debate filosófico actual toca la relación entre moral y ciencia, ya se trate de la física o de la biología, entre moral y desarrollo técnico, entre moral y economía o, como también se dice, el mundo de los negocios.

El problema siempre es el mismo. Nace de la constatación de que existe un contraste entre las acciones humanas en todas estas esferas y algunas reglas fundamentales y generales de la conducta que son llamadas morales sin las cuales la convivencia sería no sólo imposible sino también infeliz. El fin de las reglas morales es hacer posible una buena convivencia; por buena convivencia entiendo una relación en la que disminuyan lo más posible los sufrimientos que son parte imprescindible del mundo de las relaciones humanas como, por lo demás, son parte del mundo animal en el que domina la despiadada lucha por la sobrevivencia. La cuestión moral nace cuando se aprecia que existe un contraste entre acciones específicas o grupos de acciones en ámbitos particulares y las reglas universales, o que pretenden ser universales y por tanto válidas para cualquier caso de la moral.

La manera más simple, pero también menos convincente de resolver el problema, es sostener la autonomía de las diversas esferas de acción con respecto a la esfera regulada por las prescripciones morales. Autonomía del arte: el arte tiene su propio criterio de juicio que es lo bello y lo feo, diferente de lo bueno y lo malo que cae en los dominios de la moral. El criterio con base en el cual debe juzgarse a la ciencia es lo verdadero y lo falso que también es un juicio diferente del relativo al bien y al mal. En el mismo sentido se habla en economía de la autonomía de las reglas del mercado que obedecen al criterio de lo útil. En el mundo de los negocios se menciona el criterio de la eficacia que debe hacer a un lado las reglas universales de conducta que lo harían, si no imposible, por lo menos más difícil y no tan rentable.

El problema de la relación entre la moral y la política nace de la misma manera que en otras esferas, donde, para continuar con los ejemplos, puede haber obras estéticamente apreciables pero moralmente condenables, acciones económicamente útiles pero moralmente condenables. Tengo en mente, para dar un ejemplo de gran actualidad, el problema de la venta de órganos humanos. Se ha sostenido que el mejor modo para resolver la dificultad de encontrar riñones para trasplantar sea el de calificarlos como mercancías, como cualquier otra cosa comerciable, porque siempre se encontrará algún pobre que para pagar sus deudas o sólo para sobrevivir, o, como también se ha dicho, para comprarse una pequeña vivienda, esté dispuesto a vender un riñón. O, para dar otro ejemplo, si el fin de la empresa en una sociedad de mercado es la ganancia, no se descarta que la ganancia se persiga sin tener demasiado en cuenta las exigencias de los derechos de las personas proclamados por la ley moral.

El problema de la relación entre la moral y la política se plantea de la siguiente manera: cualquiera que sepa un poco de historia y haya hecho alguna reflexión sobre la conducta humana puede constatar que en la esfera política se efectúan continuamente acciones que son consideradas ilícitas por la moral o, por el contrario, se permiten acciones que la moral considera obligatorias. De esta constatación se recaba la consecuencia de que la política obedece a un código de reglas diferente y en parte incompatible con el código moral.

El código moral, en todos los tiempos y países, ordena: “no matarás”. Pero, en cambio, la historia humana puede ser objetivamente representada como una larga, continua, ininterrumpida cadena de asesinatos, masacres de inocentes, atentados sin objetivo aparente, de subversiones, rebeliones, cruentas revoluciones, guerras, que normalmente se justifican con los más diversos argumentos. Hegel dijo alguna vez que la historia era un “inmenso matadero”. Se observa con razón que el precepto “no matarás” rige dentro del grupo, pero no fuera de él, o sea en las relaciones entre los grupos. Con esta explicación el precepto que prohíbe matar se vuelve puramente instrumental, pierde el carácter de imperativo categórico. Vale dentro del grupo porque asegura la paz entre sus miembros, una paz necesaria para la sobrevivencia del conjunto, no para lo que esté fuera de él, porque el conjunto sobrevive sólo si logra defenderse del ataque de los demás que le son hostiles: forma parte de la estrategia de defensa la autorización, pero ¿qué digo?, la obligación, de asesinar al enemigo.

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