CRÓNICAS DE YAUHQUEMEHCAN
Mujeres lavanderas en el río
David Chamorro Zarco
Cronista Municipal
En nuestros días es muy común que la gente tenga el beneficio de tener un baño caliente todos los días por la mañana, lo mismo que el hecho de cambiarse de ropa todos a diario de ropa, con lo que los canastos van almacenando prendas que, por lo regular, son sometidas a lavado los días sábado desde la comodidad de las máquinas lavadoras automáticas.
Desde luego, no en todos los hogares es igual, pues hay diferencias económicas que marcan el acceso a determinados elementos de línea blanca. Aunque ya son relativamente pocos los casos, todavía hay personas —mujeres en su gran mayoría—, que hacen el aseo cotidiano de ropa utilizando los lavaderos convencionales, aunque poseen, con cierta regularidad, el acceso a agua potable a través de la tubería instalada.
Previo a la generalización de los sistemas de extracción y distribución de agua potable en las comunidades, muchas mujeres acudían a lavar su ropa en los lavaderos comunitarios, que eran instalaciones en espacios públicos en donde se disponía de infraestructura adecuada, agua y espacios para el tendido de las prendas. En San Lorenzo Tlacualoyan, por ejemplo, se preservan este tipo de instalaciones que hoy se muestran como el recuerdo de una época en donde los lavaderos eran puntos obligados de coincidencia y convivencia, al grado que se acuñaron frases como «ir a los lavaderos» como sinónimo de enterarse de noticias y chismes del vecindario.
En nuestro Municipio, en determinadas comunidades, hubo durante mucho tiempo pozos artesanales para la extracción de agua potable, a diferentes profundidades. De hecho, algunos de ellos todavía se encuentran en funcionamiento. Las familias que contaban con esta ventaja, sacaban el líquido de las profundidades, llenando piletas o tinacos que tenían junto a sus propios lavaderos o piedras de lavado, con los que las mujeres no tenían que desplazarse de sus casas para poder asear la ropa.
Sin embargo, buena cantidad de mujeres, durante siglos, tuvieron que enfrentarse a la pesada tarea de acudir a las inmediaciones del río para poder lavar su ropa. Naturalmente, estamos hablando de la época en que nuestros cuerpos de agua eran límpidos y cristalinos y no existían ni por asomo los niveles de contaminación que hoy lamentablemente vemos. A lo largo del tiempo fueron eligiéndose parajes del río que se adecuaban para la labor de la lavandería, sobre todo que ofrecieran condiciones de acceso seguro, que tuvieran pozas o estanques naturales y que hubiera piedras grandes sobre los que los que se pudiera restregar o tallar la ropa. Los matorrales o algunas ramas de árboles completaban el paisaje, sirviendo de tendederos para que la ropa se secara bajo los rayos del sol.
Naturalmente en décadas y siglos pasados era muy común mirar a las mujeres acudir en grupo o por familias a lavar a las orillas del río. Habitualmente usando una sábana, guardaban toda la ropa que iban a tratar y a ese paquete solía dársele el nombre de lío. Había que llegar temprano para ganar los mejores lugares y las piedras más aptas; no pocas veces se presentaban discusiones y peleas por los lugares, pero en general se preservaba la camaradería y se aprovechaban los instantes de descanso para intercambiar noticias, recetas, chismes y todo tipo de información de la comunidad.
Desde luego, la cantidad de ropa que lavaban las mujeres en las orillas del río no era exagerada, pues, en primer lugar, la generalidad de las familias no poseía los recursos como para tener ropa en abundancia y, enseguida, porque no existía la costumbre arraigada de tomar baños diarios o cada dos días, con lo que los cambios de ropa eran poco frecuentes a lo largo de las semanas. De hecho, no fue sino hasta hace pocas décadas cuando se hizo popular el tomar el baño cotidiano, el lavado frecuente de las manos y la muda habitual de ropa como un signo de limpieza e higiene y, por extensión, como una acción preventiva de sufrir diversas enfermedades.
Del mismo modo era muy frecuente mirar cómo las mujeres acudían a las orillas del río acompañadas de sus hijos pequeños. Algunos de ellos, según lo permitiera su edad, desempeñaban tareas sencillas o se dedicaban a jugar entre el agua y la vegetación. Los hijos más grandes o los hombres eran comisionados muchas veces para llevar el paquete de ropa y también para devolverlo a casa, estuviera completamente seca la ropa o no.
Naturalmente, entre los jóvenes, estos viajes a las orillas del río a ejercer la labor de lavandería eran también ocupada para coqueteos e insinuaciones que poco a poco iban forjando noviazgos.
Como ya se ha dicho en otras colaboraciones, de acuerdo a los testimonios orales de la gente de mayor edad y a los documentos que obran en el Archivo Municipal en su sección histórica, se puede afirmar que, hasta hace poco más de cuarenta años, era posible meterse a nadar al río Zahuapan y aún beber el agua que corría por su cause o que manaba de diversos manantiales que había a lo largo de su orilla y que hoy están en condiciones harto lamentables.
Hay que añadir que otro de los lugares preferidos por las mujeres para ejercer las labores de lavandería eran las inmediaciones de la laguna llamada «Atotonilco», en cuyo desagüe había condiciones idóneas de tener acceso a agua corriente y limpia, por lo que era un sitio en donde confluían muchas mujeres.
Así que, para las generaciones anteriores, la actividad de la lavandería de la ropa no era tan simple como para nosotros que únicamente metemos todo en una máquina, apretamos un par de botones y abrimos la llave del agua, para luego sólo regresar a tender la ropa que prácticamente sale casi seca. Es claro que se agradece lo que la tecnología hace por las familias actuales, en especial para tareas que en otro tiempo eran destinadas exclusivamente al género femenino, pues esto permite que las mujeres dispongan de mayor tiempo para dedicarse a la actividad productiva o a atender otros menesteres. No obstante, habría que reprocharnos los miles y miles de litros de agua que todos los días utilizamos para el lavado de la ropa, aunado a los niveles de contaminación que generamos como resultado del uso de todo tipo de químicos en los detergentes y suavizantes de ropa.
Quede, pues, este sencillo recuerdo de las mujeres lavanderas de río que durante décadas y siglos dieron a los cuerpos de agua de Yauhquemehcan un paisaje muy singular y colorido, y sirva también para que nosotros, con las comodidades de que disponemos en esta tercera década del siglo XXI. Reflexionemos acerca de la importancia que tiene el cuidado de nuestros recursos naturales.
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