“Suerte Matador ”, La tauromaquia y sus supersticiones

  • Cap. Francisco Al-Faro

Huamantla, Tlax.- El mundo de los toros está lleno de magia, alegría, miedos, tristeza y de toreros supersticiosos, como Silverio Pérez, quien mezclo su fe católica con apreciaciones tan singulares como creer que una montera colocada sobre una cama atraerá irremediablemente “la mala suerte” a la hora del festejo, la mayoría de las supersticiones de los toreros proviene del temor al fracaso o a ser heridos o muertos por un toro.

Son hombres marcados por una profunda contradicción: lo mismo creen en Dios que en el azar, aceptan con resignación el designio divino, pero le coquetean a la suerte, jugadora de un papel preponderante en la ceremonia del sorteo, donde se determina qué toro corresponderá a cada uno en el ritual vespertino de la corrida.
Antes de 1900 los toros no se sorteaban, pero los coletas se sentían igualmente atemorizados y expectantes ante la repartición caprichosa de astados que harían los ganaderos,  hoy en día muchos toreros, sumidos en el conformismo, rechazan  al  toro encastado que los pone a prueba, y prefieren al toro de “carretilla”, soso; que los deje tranquilos,  “Dios te libre de un toro bravo”, se dicen entre ellos.

Obsesionados con la suerte, los toreros comúnmente piden a una “mano santa” que saque del sombrero del Juez de Plaza los papelillos con los números de los mejores toros del encierro.
La suerte está presente en todo el toreo: la suerte de varas, poner en suerte, el terreno de la suerte, la suerte natural, la suerte contraria, la suerte suprema, con la expresión repetida un sin número de ocasiones: “suerte para todos”,  se inician todos los festejos taurinos.

El notable cronista taurino José Alameda, un supersticioso de antología, habló del azar del toreo,  porque la casualidad no es tan casual desde el momento en que Dios dispone y tiene reservado un destino para cada quien.

El “Brujo de Apizaco” Rodolfo Rodríguez, “El Pana”, decía: “Uno pone, Dios dispone, llega el toro y todo lo descompone”. En ese arte católico como llamaría a los toros el mismo Pepe Alameda no se conocen toreros ateos, pero tampoco se sabe de uno solo que no tenga por lo menos una superstición, a no ser el rudimentario “Glison”, insolente burlador de la muerte cual calavera de Posada,  osó meterse en un ataúd vestido de luces, “muerto de risa”, antes de partir hacia la plaza.

Incluso los toreros de mayor solvencia técnica, ignoran la vieja premisa de que “la suerte se busca” y se dejan hipnotizar por el influjo de las cábalas.

Para casi todos en el ambiente taurino,  el color amarillo es de mala suerte, pues lo asocian con la tragedia de Alberto Balderas, quien vestido de amarillo canario y plata, fue cornado mortalmente por el toro llamado “Cobijero”, de la ganadería de “piedras Negras” que ni siquiera le correspondía el 29 de diciembre de 1940, en la desaparecida plaza de toros El Toreo de la Condesa.

Otros intentan alejarse de ella impidiendo que alguna mujer esté presente en el momento de enfundarse la taleguilla, casi todos están atentos  que al lanzar la montera después del brindis de la faena  a todo el público, ésta caiga boca abajo sobre la arena, para así cerrarle el paso a los “malos espíritus” y también  para tener suerte en el tercer tercio.

También se recuerda la anécdota del matador de toros “Rafaelillo”, quien, después de haber pasado por debajo de una escalera, a las dos cuadras sintió tal pavor que hizo regresar a toda su cuadrilla, para pasar todos juntos a un lado de los peldaños.

La lista de actos supersticiosos es larga: culebras, gatos negros, números cabalísticos, vestidos de torear que llevaban al resultar heridos,  romper espejos, cruzarse con una carroza funeraria, perros o gatos aullando, pasar a la capilla antes del inicio del festejo, pintar la cruz antes del paseíllo, rezar antes de que salga su toro, encender una veladora al santo o virgen de su devoción en la habitación donde se vistieron y apagarla al regresar de la corrida.
Pero eso sí en el buró de la habitación del hotel del que partirán hacia su encuentro con la fiera no faltan los crucifijos, las veladoras, las oraciones, los recordatorios y las estampas con imágenes de vírgenes y santos de su devoción, escapularios, todos ellos bendecidos.
Para entender el por qué las supersticiones oprimen a los toreros, habría que volver al asunto de los miedos, partiendo de la suposición de que aquel que no siente miedo no tiene supersticiones.

En el ruedo, el peligro de muerte está latente y no sólo le da sentido al espectáculo, sino que es uno de sus principales atractivos. El torero no depende únicamente de sus habilidades para alcanzar el triunfo, sino también de la colaboración del toro en turno, como la conducta del burel está fuera de su control, ahí  tienen un pretexto para ampararse, si es necesario, ante el tribunal de los fracasos.

Resulta impactante comprobar que en estos tiempos modernos, donde la ficción ha tenido que declinar ante lo práctico, los toreros se mantienen  atrapados a sus fantasmas y se resistan a vivir en la modernidad, con tal de seguir escudriñando en las líneas de sus manos los secretos de las embestidas de los bureles y la garantía del éxito.

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