La oposición en los primeros años de la 4T (#NotasParaElFuturo)

  • Por: Berenice Hernández (berenicehepe@gmail.com)

A penas estamos por cerrar el segundo año del sexenio obradorista (un año que curiosamente ya ha pasado a la historia en el mundo, justamente por existir un pre y post SARS-CoV-2) y, en lo que a mí respecta, dos fuerzas son visibles en el área de la protesta social: por un lado, la extrema derecha mexicana representada en el movimiento FRENA y, por otro, el que podría considerarse el movimiento más liberal del primer gobierno de izquierda instaurado en México y que lideran las feministas (cuya lucha trasciende nuestras fronteras y se instala en una perspectiva Latinoamericana y global).

Resulta interesante que estas dos fuerzas compartan el terreno de la protesta social pero, lo que más llama mi atención, es el trato particular que da a cada uno de estos movimientos el gobierno local y federal. Concretamente: mientras que a FRENA se le da paso libre para poner un gran número de casas de campaña vacías sobre Av. Juárez y el Zócalo; a las feministas no les permitieron llegar ni siquiera hasta Bellas Artes, en el marco del “Día de acción global por el aborto legal, seguro y accesible” (#28S).

Sí, entiendo que el Bloque Negro era violento y que desde las protestas del día anterior (domingo) ya se anunciaba que la respuesta policial iba a ser el encapsulamiento. Sin embargo, lo ridículo ahí fue que el gobierno que encabeza una mujer dispusiera la confrontación directa entre el género (Bloque Negro vs Ateneas), y que no permitiera la toma del espacio público del zócalo a un grupo que buscaba participar en una acción global en favor de la despenalización del aborto. Entiendo que la Dra. Sheinbaum y muchos otros no conciben que se lleve a cabo una protesta en favor del aborto en un lugar donde ha sido despenalizado desde hace diez años, pero no es una novedad que el movimiento feminista de nuestro país busca garantizar ese derecho en todo México y que las protestas realizadas en la capital son fundamentales para un movimiento que se plantea a nivel nacional (supongo que podría pensarse que las mujeres de Ciudad de México no deberían protestar ni exigir que un derecho que se les reconoce a ellas sea extendido al resto de la ciudadanía que integra el país; pero, afortunadamente, la sororidad es el emblema de las feministas y no hay cabida para dichos pensamientos).

Además, y gracias a la cercanía de las fechas, no podemos perder de vista la última protesta que, en el marco de la memoria social, se realizó por la matanza estudiantil del 2 de octubre. Si bien es cierto que los organizadores de la manifestación convinieron realizarla en Tlatelolco, también es cierto que esa movilización generalmente va acompañada de grupos radicales y anarquistas que no necesariamente están sujetos a las resoluciones de los organizadores; como aquellos que se dirigieron al Zócalo y a los que tampoco se les permitió el paso. Con esto no quiero referir que la violencia y destrucción necesariamente tenga que acompañar la protesta social, pero sí quiero hacer notar que estos elementos la caracterizan y, en consecuencia, quiero centrar la atención en otro aspecto: que, en función de ideales democráticos que hacen plausible la existencia de voces contrarias al gobierno, se den facilidades a ciertas protestas sociales (me refiero puntualmente a FRENA y al equipo policial y logístico que se ha implementado en el Zócalo para salvaguardar su integridad respecto a otros movimientos sociales y los propios transeúntes) y se imposibiliten, a través del encapsulamiento policiaco, otras (tanto el llevado a cabo por las feministas como aquel que, año tras año, rememora y denuncia el crimen de Estado perpetrado en 1968).

En este punto ya es visible que el gobierno obradorista es quien dispone los movimientos de las fichas en el tablero político y que, por ende, facilitará el ingreso al Zócalo de aquellas movilizaciones que le sean simpatizantes (como aquella que se anuncia para finales del mes de octubre). Las ventajas que desde el Estado se tienen y se aprovechan en el juego político no es un tema nuevo ni mucho menos distintivo de la actual administración, pero nos ofrecen la pauta para pensar la forma en que el Estado se relaciona y se sirve de sus opositores. En ultima instancia, no pretendo enfocarme en la visión y objetivos del actual gobierno mexicano; sino, más bien, abrir el panorama hacia la propia composición social del país y comenzar a valorar el alcance real que, como sociedad, podemos llegar a tener en este sexenio (y, evidentemente, desde una perspectiva temporal más amplia). Lo primero que quiero puntualizar en este sentido es la preocupación que me genera el discurso de odio (con visibles rasgos clasistas, racistas y machistas) y los objetivos golpistas que persigue el movimiento de FRENA y su líder Gilberto Lozano.

Ciertamente este reducido grupo opositor no pasa de ser un mal chiste (con performances de casas voladoras) en el escenario político nacional, pero también es cierto que representa a una parte de la población cuyos principios son extremadamente conservadores, antidemocráticos y en pro de la desigualdad social. Esto adquiere relevancia si tomamos en cuenta que los ideales de FRENA no sólo son compartidos por una clase social privilegiada (los llamados fifís), sino también por una clase trabajadora que forma parte del grueso poblacional. Si consideramos las acciones e incidencia política de los grupos sociales de extrema derecha en el norte y sur del continente, tendremos una propuesta de lo que pude esperarse en el futuro próximo (aunque no sea inmediato) de nuestro país.

Las inquietantes afirmaciones del escritor y periodista Francisco Martín Moreno nos invitan a pensar si, en un país democrático como México, pueden permitirse manifestaciones que promuevan el odio y si, en todo caso, sería el Estado el responsable de regular estos pronunciamientos. Creo que un gobierno que facilita la expresión de este tipo de ideas está tocando los extremos del sentido mismo de la democracia (pues incluso permite que existan y se desarrollen discursos que se oponen a ella). Creo también que una gran parte de nuestra población tiene características extremadamente conservadoras que, si bien no los lleva a compartir el proyecto político de FRENA, si los hace pedir, como a Martín Moreno, que grupos como el feminista sean quemados en leña verde.

Hay un México al que le resulta indiferente el cada vez más creciente número de feminicidios y cualquier tipo de violencia perpetrada en contra de las mujeres; de hecho, podría tratarse de aquella parte de la sociedad para quienes la practica del aborto contradice sus principios morales, que se basan en una reducida noción de lo que es la vida humana y que, en consecuencia, se preocupa más por embriones y fetos que por el propio valor de una vida humana históricamente constituida. Existe un México machista con una cultura misógina que se ve reflejada en diferentes niveles del espectro social y al que poco le interesa hablar sobre el alto índice de embarazos adolecentes en el país (que contempla violaciones de infantas), así como del lugar que ocupamos como productores y consumidores de pornografía infantil.

Podría pensarse que quizá se trata de un México generacionalmente más antiguo, pero lo cierto es que ese tipo de ideas prevalecen en un México de adultos; de aquellos que se formaron entre el cambio tecnológico y de siglo (por no mencionar el cambio partidista del 2000). Honestamente me gusta pensar que el proyecto ideológico del primer gobierno de izquierda en México, puede generar las condiciones necesarias para que nuestra sociedad se desenvuelva en un panorama más justo y equitativo; creo que la legalización del aborto a nivel nacional puede llevarnos a un escenario progresista que posibilite el reconocimiento de los derechos que poseen ciertos grupos considerados como minoritarios (que abarca desde la comunidad LGBT+, hasta la comunidad indígena y afrodescendiente). Sin embargo, lo cierto es que hay un México racista y clasista que, sin ser partidarios de FRENA, colaboran para mantener un statu quo de tintes colonialistas.

En lo que a mí respecta, nuestro horizonte de expectativa está abierto a cambios puntuales de orden social y cultural pero, al mismo tiempo, una gran parte la sociedad se rehúsa a abogar y colaborar en la construcción de ese México más justo teniendo como bases la ignorancia, la desinformación y un sentido poco crítico y nada empático. Como quiera que sea, la mirada histórica será la encargada de darle su justa dimensión al papel que juegan los grupos opositores del gobierno obradorista, en el marco social y político de los primeros años de la llamada #4T. En ese momento, los adultos de hoy tendrán que dar la cara y rendir cuentas a los adultos del mañana. Por esta razón, y partiendo del escenario que el SARS-CoV-2 nos ha dejado como humanidad, es que considero que debemos optar por buscar el bien común y el reconocimiento de los derechos ciudadanos que ello conlleva.

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