Autoestima y la incomprensión del ser

Mala manía la de medirse, otra falacia la autoestima; de poder debe hablarse para dejar de habitar sobre realidades ex nihilo. “Soy grande: soy pequeño. Yo valgo: yo no valgo. Soy el milagro más grande: soy una desgracia. Soy un capeón: soy un fracaso”. ¿Han escuchado estos absurdos?, ¿los han pensado?, ¿sentido?, ¿sufrido? Quien sí, es por causa de haberlos considerado, pero sobre todo por medirse y peor aún si la vara con que lo hizo fue con la vara del de enfrente.

Mucho he pensado y tratado de saber eso llamado autoestima, mas ninguna cosa distingo. Miro y miro, pero nada contemplo dentro del concepto. Incluso lo he hecho siguiendo a San Agustín y a San Anselmo: creer para ver, dicen. Yo he creído y creído y creído y nada, nada aparece; entonces sólo me queda descreer, aceptar que no existe.

Ya el hecho de que haya estimación de las personas es una perversión del aprecio, pero decir autoestima es además un engaño. Eso que se imagina “consideración de sí mismo” en realidad es un reflejo de la estima ejercida por los semejantes más próximos del lugar que se habita, en correspondencia y muchas veces en contraste con el poder desplegado del sujeto “auto-percibido”.

¿Cómo si cada cual fuera causante de las ideas que tiene de sí mismo? ¿Cómo si el cúmulo de percepciones fueran producto llano de la imaginación propia? Si fuera tal el caso, cada quien sería responsable único de su “autoestima” y bastaría para fortalecerla con “quererse a sí mismo, con auto apapacharse, aceptarse, perdonarse, pensar en positivo… ” . No es así.

Los cohabitantes no valoran a partir de lo que el sujeto estimado cree de sí mismo, tampoco lo aprecian en la medida que él mismo lo hace, ni su desempeño es proporcional a la positividad de sus anhelos. La valoración de los terceros, si bien no siempre es proporcional al aspecto y expresión del sujeto valorado, se funda en la imagen y actos percibidos, en conjunto con el imaginario social predominante. Dicha captación se traduce en opinión, la cual a su vez es remitida al sujeto de donde derivó, misma que, junto con diversos factores contextuales relacionados con el ser, el deber ser y el parecer, se traducen en la formación de una idea de sí.

No existe idea de sí mismo hasta mirarse reflejado, de esto ya nos habló Jacques Lacan en su Teoría del Espejo, y el espejo donde cada cual se refleja es principalmente en las respuestas que generan sus propios actos y apariencia. Esos son, por ende, los ámbitos en los que se debe trabajar y no en moldear concepciones de la estima propia, muchas veces incongruentes con lo que se puede.

Poner atención en la “autoestima”, es fijarse en lo menos relevante: la opinión propia, misma que no depende de la opinión propia. Lo realmente trascendental es la imagen y el poder, todo lo demás es derivado.

La preocupación ubicada al centro de la “autoestima” es la confianza en sí mismo. De ésta última tiene sentido hablar, de la seguridad que se tiene para actuar y presentarse; no de “autoestima”. La materia, entonces, no consiste en atender la configuración o reconfiguración de un concepto positivo auto-definitorio, sino en aquello que retribuye en confianza. Esto es el poder y la forma.

Hágase creer a una persona que puede cuando no puede, que es hermosa, vale mucho y debe ser feliz cuando no sabe integrarse ni es aceptada y, entonces, sólo reafirmará su debilidad y temor. Por otro lado, desarróllense diversas habilidades y virtudes y se verá como el margen de actividad y concordancia aumentará, lo cual se traducirá en incremento de seguridad, armonía, alegría, plenitud… de la persona.

El ser de cada uno se manifiesta y despliega en el acto, en lo que se hace; no en lo que se cree ni en lo que parece. Lo que se cree pertenece al concepto en su forma simple y lo que parece es particular del ente. El ser se hace patente en la posibilidad cumplida, igual que se anula o frustra en la imposibilidad de efectuarse.

Así pues, la confianza viene tras experimentar la sensación de logro, de poder hacer lo que se espera según la condición, situación, lugar y momento. De poder encajar se adquiere seguridad, de ser parte que opera satisfactoriamente dentro de un organismo mayor. Quien se acomoda fácil en la estructura y juego de interacción, sin fricción, aspereza, exceso o insuficiencia; cumpliendo las exigencias homeostáticas requeridas por el organismo, es estimado de forma positiva. Es por lo que se hace, por cómo se integra y no por lo que cada cual cree de sí mismo.

Ocupémonos del desarrollo de habilidades y virtudes y veremos fortalecerse de modo natural la seguridad y confianza. Cuanto más y mejor se puede hacer, menor es la contención del ser, menor la timidez, menor su languidecimiento. El ser florece en el acto, no en la idea de sí.

 

Relacionados

Pin It on Pinterest