Detrás de la palabra: Prolegómeno

  • Pablo Eliseo R. Altamirano

    Detrás de la palabra abundan los silencios, los vacíos, el tiempo, el espacio, los actos y demás fenómenos difusos; casi en su totalidad no-percibidos e imperceptibles. En el fondo de la palabra se ocultan, pero también es por medio suyo que se muestran. Ahí lo indistinguible relampaguea e ilumina instantáneamente el mundo con su verdad inapresable por efímera, y a la vez perenne. Sin el destello del silencio, el vacío, el acto… la palabra se torna opaca, significante sin significado, atabal sin topetazo. Igual que sin la palabra el resto de la existencia no va más allá del registro de la nada.

    Es este y así nuestro mundo, hecho de palabra y fenómeno, de forma y materia o bien de concepto y presencia efectiva, en lo posterior presencia ahí. Y aunque pareciera que lo que percibimos con mayor recurrencia y facilidad es la presencia ahí, en realidad eso es lo que se nos escapa más, es lo más imperceptible e ignorado y por ende olvidado. Son las formas lo que por antonomasia el entendimiento percibe, pues es con el intelecto que apreciamos y no propiamente con los sentidos, con ellos tan sólo sentimos, recibimos, pero no distinguimos. De tal suerte que son las formas, palabras o ideas lo que en su mayoría captamos; sin mirar lo que desde el fondo las pone en relieve, lo que las convoca a la necesidad de ex-presión. Así entonces, aquello que las palabras transmiten queda por mucho desapercibido. Surge en consecuencia la necesidad de mirar detrás de ellas para no perder lo que emiten, de lo contrario lo único que se aprehende es la apertura a través de la cual se libera, es decir el marco que encuadra la luz, pero no la luz misma.

    Grave y drástico resulta decir que no se mira ni escucha lo que comunican las palabras, que hemos dejado de tener ojos y oídos para ello, que sólo percibimos las puertas, pero no el mundo que emana a través de ellas ni el universo al que nos pueden conducir. No obstante, la percepción que logramos casi la totalidad de los sujetos humanos se halla en un estado de mucho mayor gravedad, puesto que ni siquiera son las formas (palabras) lo que percibimos, sino única y penosamente sombras deformadas de éstas, tal como Platón lo expuso hace más de dos mil años en el famoso Mito de la Caverna, ubicado en el libro séptimo de La República.

    Sólo sombras de imágenes replicadas a la medida de la asimilación del hacedor de figuras. Ni puertas ni marcos para liberar (ex-presar), sólo simulacros de apertura, efigies tomadas por formas. Es esto gravísimo, ya que detrás de la efigie nada de lo que simula hay. Tampoco ofrecen una apertura efectiva a través de la cual sea posible introducirse en la búsqueda de aquello que parece resonar o relampaguear: es simple apariencia, viles y llanos simulacros.

    Delicado y múltiple es el problema que tenemos con la palabra. En primer término, están los casos donde sólo quedan imágenes deformadas de ella, meras resignificaciones de significantes desgastados y maltrechos. En segundo lugar, y cuando mejor está la cuestión, nos topamos con la palabra sin atender lo que la hace resonar, con conceptos vacíos. La tercera variante de la problemática que padecemos con la palabra, aparece cuando la empleamos de forma similar a los adobes que se usan para construir muros y la usamos para elaborar discursos, siendo que estos ni dicen ni comunican, no es su función. Los discursos se cumplen destinando el destino, están fundados en señalar lo que su tejedor indica que debe seguirse, nunca para liberar mensajes necesitados de voz. Por eso Lacan

    decía que los discursos no dialogan, porque fueron hechos para mostrar una idea de la realidad, no para transmitir los motivos de la misma.

    Esta gravedad que vivimos con la palabra, es una urgencia civilizatoria, pues la civilización se sustenta en la palabra. En ella el sujeto humano encuentra su modo más propio de ser. La palabra le permite la percepción y comprensión del mundo, hace de la creación una unidad armónica de cosas coexistentes, donde si ella faltara ninguna cosa habría, como lo dijo Stefan George. Tal verdad ya la encontramos al inicio de nuestra era en San Juan 1:3 y más atrás aún en el poema babilónico de la creación Enuma Elish.

    Tomado por cierto el poder referido de la palabra y la gravedad que atraviesa, encuentro urgente acudir a su cuidado y resarcimiento, lo cual implica escuchar con atención su necesidad, para limpiarla de costras discursivas, reencarnarla con la voz del mundo y reformarla tras tanta corrupción sufrida.

    Este es y será el esfuerzo vertido en la columna a la que generosamente abre espacio El Imparcial de Tlaxcala: pensar Detrás de la palabra. Saludo a quienes me acompañen en este caminar de escucha, análisis y reflexión. Por último, tómese el presente artículo como un esbozo introductorio de lo que encontraremos cada quince días.

    Facebook: Pablo Rodríguez Altamirano

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