La política es el camino

 

 

 

 

Nos hemos extraviado, olvidamos que los caminos son para volver, para encontrarnos y reencontrarnos. Quien se halla en el camino no puede jamás estar perdido. Sin embargo, confundidos, creímos que las sendas eran para marcharse, para buscar y, entonces, nos fuimos alejando hasta perdernos. Ahora por más que desbrozamos, anhelando un claro, no encontramos la vía de regreso.

Seguimos rutas con dirección opuesta a nosotros, cada paso nos aleja; estamos tan distantes que apenas nos distinguimos. Pronto, de tan apartados, si continuamos por la senda que vamos, estaremos irremediablemente perdidos, entre los escombros del abandono que trae la lejanía.

La separación hiere al tiempo, lo hemos lastimado, débil es su latir. Ya empieza a mirarse la orilla de los mañanas, no de los míos, no de los tuyos, sino de los mañanas. El tiempo tiembla, su castillo de segundos se tambalea. Y no, por si se pensara, no; no hay extremismo en decir lo que digo, ni infundir miedo quiero, sólo advertir lo obvio, lo evidente. Quien no lo crea, voltee a su rededor y mire la ausencia que nos invade.

Vamos hacia el fin del tiempo, no al “fin de los tiempos”, sino al fin del tiempo, y en este destino no hay juicio ni resurrección, sólo condena: extinción. Mayor vacío que la muerte deja la inexistencia, lo que deja de existir no vuelve ni en el recuerdo, el olvido lo devora, la nada. En esas oquedades, donde se pierden los registros, la vida y muchos tipos de vivos van cayendo. Cada día al alcance de la mano se abre un nuevo hueco, ayer el de la liebre, hoy el del oyamel, mañana… tal vez.

Pero hay un camino, uno que siempre ha estado ahí, uno que nace de lo más hondo de nuestro ser y termina ahí mismo. Algunos, es decir muchos, la mayoría, casi todos, no lo creerán; mas deben creerlo, debemos creerlo o la condena se cumplirá. Ese camino del que hablo es la salvación, ninguna otra hay. No existe alternativa, lo tomamos o desaparecemos; no simplemente morimos: desaparecemos.

Quizá aún estemos a tiempo de tomarlo, quizá sea la última oportunidad que tenemos de salvarnos, quizá no todo esté perdido, quizá aún podamos volver a ser nosotros y comprender que ningún otro pronombre existe, sólo nosotros; que el yo, el tú, el él…, el aquello… son únicamente variantes de lo mismo y único que es nosotros.

La política el camino aquel –éste– del que hablo, el que nos ha de traer de regreso, el que puede acercarnos, religar lo separado; reunir y unir los fragmentos perdidos, rescatarnos del ostracismo. La política es el espejo que permite mirarnos reflejados en nuestros propios ojos, donde el espejo es el reflejo de todo lo común y lo semejante donde nos encontramos, es decir, la circundaneidad que nos envuelve y deja ser. Esa que en sentido estricto somos nosotros mismos. Por tal, la política es el sendero que nos lleva al encuentro con el más puro nosotros.

¿Por qué creer que la política es el camino que nos puede salvar, cuando parece que ella nos fue hundiendo? Es un cuestionamiento razonable, tanto como válido. Pues comúnmente se le asocia con la corrupción, el engaño, el robo, la traición, etc. En el imaginario de muchos se ha instaurado la idea de que es lo más sucio. No es así.

La política es el acto mas bello que el hombre puede llegar a ejercer, lo más sublime y humanamente sagrado puesto a nuestro alcance. La gracia obtenida para experimentar

extáticamente el recogimiento consigo mismo en la entrega que no recibe ni toma, que es por completo ofrenda.

Eso que muchos llaman política, no lo es; ni aquellos políticos. Politicoides es lo que son. Politicoide es quien parece político sin serlo, un impostor, remedo mal logrado que cumple en apariencia, pero no en ser.

Acto dado a cuidar el lugar desde donde se nos abre el mundo y a ayudar a los semejantes, con el destino señalado en la regeneración de la fuerza que renueva la vida y la belleza, eso es la política y político quien la hace efectiva. No se mezcle ni confunda con el engaño o con el falaz embaucador. La política es acto puro, incorruptible.

No existe acción con sentido decadentista que pueda ni deba ser llamada política. Hacía los abismos se encamina la degeneración; hacía el encuentro con la luz en lo alto la política. A la extinción nos arrastran los politicoides y sus seguidores; a la renovación perenne la política.

Es la política el camino que puede salvarnos de la extinción, por desgracia hoy permanece en el olvido, tanto ambición, egolatría, simulación y similares lo han borrado. Dura es la labor que tenemos, pero es nuestro deber limpiarlo de tanto escombro, de tanta debilidad, de tanto deseo enfermo, de tanto demonio embaucador.

Sólo así podremos volver a andarlo, hasta retornar al claro donde el aire es ligero y transparente, donde el agua es fresca y cristalina, donde a la tierra le brotan flores y perfume, donde el sol ilumina y aclara a la palabra ente la mirada, donde por fin volvamos a encontrarnos y volver a ser nuevamente: “nosotros”, los que sin advertirlo nos hallamos perdidos.

Facebook: Pablo Rodríguez Altamirano

Relacionados

Pin It on Pinterest